lunes, 13 de junio de 2011

El Che, más allá del manual y la camiseta

Más allá de la camisetaEl hábito no hace al monje: un sacerdocio –en el sentido más amplio de la palabra- es mucho más que ropajes alegóricos; incluso puede prescindir de ellos. La entrega abnegada y prolífica a una causa, a un ideal, va más allá de modas. Los valores son eternos, trascienden las circunstancias.

El hecho de que centenares de miles de personas en todo el mundo vistan camisetas con la imagen del Che, el hecho de que cuelguen su fotografía en el cuarto, no significa necesariamente que sus ideas, su ejemplo, hayan calado en los que lo llevan como icono. La más sibilina y cínica estrategia del mercado es convertir lo que puede resultar revolucionario, trasgresor, contestatario, en ordinaria mercancía, centelleante bagatela de feria.


El hecho de llevar una camiseta con la imagen de Ernesto Guevara tampoco significa, necesariamente, que el portador ignore la obra viva del gran guerrillero argentino. Puede ser un sencillo homenaje, un acto de cotidiana recordación. Pero estará incompleto, será por lo menos estéril, si se ignora la responsabilidad enorme, el compromiso permanente que significa abrazar su lucha, que es la lucha por la emancipación plena del ser humano.

Muy cerca está en el tiempo el itinerario guevariano como para que podamos sacar conclusiones definitivas sobre su trascendencia. Pero algo está claro: más allá del destello por momentos cegador del mito, la palabra y la acción del Che siguen marcando pautas de comportamiento, caminos originales y creativos, enfoques desprejuiciados y francos.

Como José Martí, el Che esculpió en vida su leyenda. No se trató de un vanidoso afán de protagonismo: fue el resultado lógico de la combinación de un talento extraordinario con una sensibilidad peculiar, un espíritu superior de sacrificio y consagración, una considerable dosis de autoexigencia y un respeto raigal a la condición humana.

El Che fue un visionario, un adelantado, un soñador. Pero su mérito mayor fue confiar en la capacidad del hombre de hacer realidad los sueños. Los grandes retos del mundo, incluso los que nos parecen inconmensurables, tienen la estatura del hombre. No basta comprender la necesidad de la revolución, hay que hacer la revolución. Con las ideas y con las manos. La cabeza en las cumbres, los pies bien puestos sobre la tierra.

Predicar con el ejemplo fue su divisa. Hacer es la mejor manera de decir, afirmaba José Martí. Pero no basta con la buena voluntad, el arrojo y el entusiasmo: el Che preconizaba la necesidad de superación constante, de crecimiento intelectual. Saber lo que se hace, pero también por qué se hace, para qué se hace. La claridad de su pensamiento, la solidez de su visión, el alcance de sus reflexiones tienen cimientos en el estudio, la observación y la práctica. Alguien podrá disentir de sus concepciones, pero tendrá que reconocer que no son fruto de la improvisación, el capricho o la superficialidad.

Nos consta que Ernesto Guevara fue un hombre excepcional; pero tan dañino como subestimar su legado es canonizarlo. Asumir que su epopeya es sobrehumana equivaldría a admitir que es imposible alcanzar las metas que se propuso.

Más que pitonisas de su templo, que adoradores de sus “milagros”, el Che necesita interlocutores creativos y desprejuiciados. Él mismo no admitiría que su palabra fuera regla de oro, undécimo mandamiento. No hay que temerle a la polémica, a la discusión. No coincidir con algunas de sus apreciaciones, actitudes o métodos no significa restarle utilidad y vigencia a su trayectoria.

El revisionismo reaccionario y la simplificación malintencionada chocan contra la grandeza de una personalidad y una obra que se resisten al encasillamiento. A ochenta años de su nacimiento y más de cuatro décadas de su muerte, el Che sigue cabalgando. Su estrella no se apaga.

Por: Yuris Norido
Es preciso reconocerlo: a estas alturas el Che es para mucha gente una moda más o menos pasajera. Cuestión de apariencia, de estilo. Puro maquillaje. Pero una cosa es lucir como el Che y otra muy distinta es consagrarse a una causa como lo hizo él.

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