lunes, 1 de diciembre de 2014

El mercado del arte y las dudas de Abela



Por: Aday del Sol Reyes

La galería de la emblemática biblioteca José Martí, en La Habana, acogió en noviembre último la exposición «Maestro, ¿pudiera usted explicarme?» del pintor cubano Eduardo M. Abela Torrás.

Conformada por 12 piezas de mediano y gran formato, de una exquisita madurez, el reconocido artista cubano refleja sus propias dudas al recurrir a la historia del arte y las nuevas formas que se derivan tanto de la continuidad como de la diferencia.

Se recrea en las respuestas que espera encontrar en los clásicos del pasado, sus maestros (Velázquez, Giuseppe, Arcimboldo, Rembrandt…), sobre la variación del concepto de arte en la contemporaneidad.

El empleo de recursos como el humor, la parodia, el pastiche —como es habitual en su obra—, le permite cuestionar conceptos, motivos, autores, técnicas, y sobre todo, el «poder» del mercado en un escenario donde el arte como mercancía parece estar sustituyendo al arte como arte, y el dinero acaba siendo el objeto de exhibición.

Este fenómeno, como es evidente en toda la muestra, inspira y preocupa a Abela, testigo y quizás también víctima de las nuevas formas de circulación y (re)producción en las artes visuales, impuestas por los coleccionistas de gran influencia en el mercado y a los que Robert Hughes (veterano crítico de arte de la revista Time, fallecido en el 2012) culpara en su valiente documental La maldición de la Mona Lisa, por convertir el precio de la obra de un artista en su principal función.

«El arte contemporáneo, al estar dominado por el mundo de los negocios, privatizarse y perder su función crítica, se transforma en otro Show Business», nos advertía sabiamente Hughes.

Es precisamente lo que sucede con la «obra» del artista Jeff Koons, a la que Abela dedica uno de sus cuadros en «Maestro, ¿pudiera usted explicarme?». Bajo el sugerente título Jeff Koons que estás por los cielos, el artista cubano ironiza cómo «Balloon Dog» —un simple perro inflable— puede llegar a convertirse en la obra de arte más cara del mundo (vendida en 52 millones), y su creador, en el artista vivo mejor pagado.

Asimismo, aparece también en la muestra una pintura dirigida a otro Show Man del arte contemporáneo, el británico Damien Hirst, quien vendiera su pieza The Physical en nada más y nada menos que 12 millones de doláres.

Con dicha obra Hirst no solo se ganó la «lotería», sino también el libro: The 12 Million Dollar Stuffed Shark (El tiburón de doce millones de dólares), una demoledora crítica al mercado de arte contemporáneo, escrita por Don Thompson, economista de la Universidad de York (Toronto), en la que señala que los que compran este tipo de obras a precios despampanantes son «personas que adquieren lo que los economistas llaman bienes posicionales; cosas que demuestran al mundo que son ricos de verdad». 

Si bien para algunos este escuálido inmortalizado en formol o el gran perro de Koons responden solo al «arte» de hacerse rico, para otros son piezas respaldadas por obras del pasado, quizás más pequeñas en cuanto a tamaño, pero igual de polémicas o novedosas como la idea original del urinario del francés Marcel Duchamp (1887-1968), o el pop art de Andy Warhol (1928-1987), que el mismísimo Hughes calificara de estéril y repetitivo, y a lo que el excéntrico estadounidense respondiera sin ninguna verguenza: «los buenos negocios son el mejor arte».

Aunque la exposición de Abela constituye una crítica al mercado del arte contemporáneo, sus piezas terminan siendo —¿sin proponérselo?— también mercantiles, cuando acude a los clásicos y sus obras más reconocidas para comparar y dudar sobre lo que hoy se vende en nombre del Arte.




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