OPINIÓN
El helado, postre delicioso y refrescante que hace sucumbir hasta la última de nuestras papilas gustativas, demuestra ser el preferido de muchos cubanos. Las largas y tediosas filas frente a esa nevera gigante, falta de calor humano y de buenas intenciones que es hoy Coppelia, hablan por sí solas.
¿Quiénes mejor que nosotros?, las personas que nos enfrentamos cotidianamente a esta realidad y sufrimos sus desatinos para tratar este tema, aunque frío, puede llegar a encendernos por dentro y por fuera.
Conocedor de la materia, que sin ser universitario requiere de amplia observación y esfuerzo, les cuento: un día casual, cuando me adentro en las complejas y convulsas calles habaneras, me dirigí, junto a otros amigos, a la heladería Coppelia, sin saber qué me reservaba el destino.
Tras una larga cola en las afueras de la instalación, llegué por fin a la pegajosa mesa, sudado, como de costumbre; en ese estado, el helado nos hace mejor digestión ante el calor reinante. ¡Y lo disfrutas!
Me senté, después de algunos minutos, sentí la voz con tono imperativo la cual me retaba: \"¡fresa y guayaba!\". Pensé debía ser alguien que bromeaba conmigo a la suerte de juego de palabras y, cuando me dispuse a responderle, me percaté que era el dependiente, con su uniforme a cuadros.
¿Soy bobo? ¿Cómo no reconocer a tales personajes con rostro perenne de obstinación y con señales de incomodidad?Y, al parecer, atenderme no le causaba mucha gracia.
Imagino que no debe ser fácil pasarse el día entero con la sonrisa de oreja a oreja, dispuesto a tratar cortésmente a las personas, pero es que ese es precisamente su trabajo.
Conozco las dificultades que nos aquejan como seres humanos, pero el helado, ese que refresca o te transporta de tu cotidiana realidad... no fue el que adquirí. Apenas pude disfrutarlo, entre la larga cola para poder llegar a la mesa y el pésimo servicio. Nada, que los habaneros, en Coppelia, pagamos cinco pesos por ensalada, el maltrato viene incluido.
Dayron Rodríguez Rosales, estudiante de Periodismo
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