Lo que no excluye que los “agoreros” tengan parte de razón. Como decía recientemente Isaac Rosa, sincero partidario del 15-M, hasta ahora el movimiento español por la dignidad no está demostrando ser «una respuesta proporcional a la gravedad del momento». Tampoco numéricamente, desde luego. «Nos estamos jugando mucho –añade Rosa–, podemos perder muchas cosas, pero parece que estamos a verlas venir.»
En el plano de los objetivos, cabe echar igualmente de menos esa proporcionalidad. Como ya dijimos, la visión debería ser más global. No sólo en lo geográfico, también en lo temático. Hay problemas tan graves como fundamentales que parecen olvidados o, en el mejor de los casos, marginados. Por ejemplo, las guerras de agresión imperiales, reflejo de un statu quo internacional terrorífico y dispuesto, además, a impedir cualquier serio avance social. Hay que subrayar una y otra vez que los que promueven esas guerras son los mismos que hunden las economías nacionales para satisfacer su afán de lucro y de poder, y los mismos que usan como marionetas a los políticos beneficiarios del injusto sistema electoral español.
No se trata de pedir demasiado al 15-M. Somos conscientes de que hay que ir poco a poco y siempre con los pies en el suelo. Ahora bien, justo por esto último, urge comprender la verdadera naturaleza del enemigo sistémico, condición inexcusable para encarar sus atropellos. Esa comprensión de la madeja de intereses globales ayudaría además a abordar asuntos tan sangrantes como la nueva hambruna del Cuerno de África, ante la cual se relativizan los problemas de nuestra sociedad por graves que sean. Y evitaría una solidaridad con los acampados “israelíes”, cuya rebeldía se centra en la carestía de la vivienda, si antes no se les exige que denuncien las condiciones de vida de los palestinos en el estado sionista, sin duda un problema más perentorio.
En cuanto a la continuidad del 15-M, no hay que preocuparse demasiado. Por desgracia, el Sistema seguirá dándonos razones para la indignación. Y además no debiera importarnos tanto la cantidad de indignados como su calidad humana y la de su lucha. A ello dedicamos el resto de este artículo.
Dignidad humana
La dignidad, en un sentido esencial, es lo que hace al ser humano titular de derechos inalienables e imprescriptibles, sean cuales sean sus circunstancias (p. ej., las de éste). Derechos inherentes a él o a ella como personas.
En un sentido pragmático, la dignidad es también la forma de conducirse acorde con esos derechos: los propios y los ajenos. Respecto a estos últimos –en realidad también respecto a los propios–, se derivan además unos deberes. La dignidad así entendida implica un coraje en la defensa de la justicia y un saber estar a la altura de las circunstancias y exigencias del entorno (ver también DRAE 3).
«No somos nosotros los que debemos hacer lo que queréis, sino vosotros lo que nosotros queremos»
En el segundo sentido, la dignidad puede perderse. No así, jamás, en el primero. Es más, quien deja de respetar la dignidad de otra persona en su sentido esencial, sean cuales sean las circunstancias (incluidas éstas), deja a la vez de conducirse dignamente.
Así actúa, por ejemplo, quien usa a los demás, por decirlo en palabras de Kant, «como mero medio». Las personas son «fines en sí mismas», de modo que es una vileza instrumentalizarlas. Como principio práctico de actuación, el imperativo categórico queda enunciado así: «Obra de tal modo que te relaciones con la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca sólo como un medio» (Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Madrid, Espasa Calpe, 1990).
Aproximándonos aún más a las batallas presentes, no viene mal recordar las palabras de un hombre que demostró dignidad a la hora de combatir las suyas. A los ingleses que dominaban la India, les dijo en un momento dado algo que hoy el movimiento 15-M puede y seguramente debe decirles a nuestros actuales opresores (políticos, banqueros, otros magnates...): «No somos nosotros los que debemos hacer lo que queréis, sino vosotros lo que nosotros queremos» (Hind Swarâj, cit. en Suzanne Lassier, Gandhi y la no-violencia, Madrid, Paulinas, 1978). Palabras que por sí solas reflejan dignidad práctica. La hace más explícita el libertador hindú cuando afirma: «Desde que un hombre comprende que es contrario a su dignidad el obedecer a los injustos, ninguna tiranía puede esclavizarle» (ibíd.).
Es interesante que ahí pone Gandhi el énfasis en la comprensión más que en la acción misma. De hecho, acotamos nosotros, la sabiduría puede a veces aconsejar obedecer libremente a los injustos si con ello tenemos en mente un triunfo aún más importante. Algo que estaría en consonancia con las recomendaciones de Jesús de Nazaret, una de las mayores fuentes de inspiración del propio Gandhi (ver Mateo 38-48). Y con otras frases del Mahatma, quien sólo podía concebir la desobediencia civil como una «exigencia perentoria del amor», añadiendo que, «separada de un programa constructivo», esa modalidad de lucha «se convierte en un método violento» Satyâgraha, cit. en ibíd.).
La dignidad del 15-M
En el contexto que nos ocupa, el del movimiento español por la dignidad, sobra decir que este valor es importante. No está de más, sin embargo, concretar cómo entendemos que debería ser su aplicación práctica. Esto es necesario, entre otras razones, porque luchar por algo no implica siempre conducirse de acuerdo con ese algo.
El proceder digno pasa por no dejarse engañar. Atención, pues, a los cantos de sirena. No olvidemos tratar de contemplar siempre el “cuadro” completo; o, lo que es lo mismo, ver las cosas con suficiente perspectiva.
Rubalcaba, que ha sido destacadísimo miembro de un gobierno cercenador de derechos sociales, no puede venir ahora prometiendo que dará un giro en la línea del 15-M. El mero hecho de que lo haga delata su impostura (el colmo es que su móvil sea buscar votos). Recuérdese que es el mismo personaje que, durante la ominosa etapa felipista, favoreció la impunidad del terrorismo de estado como portavoz del gobierno. El mismo que, ya en su etapa zapateril, dio pasos firmes hacia el estado policial (“Identifícate”), militarizó brutalmente a los controladores aéreos y participó en un gobierno entregado a los caprichos de “los mercados”. La mejor contribución al 15-M que podría hacer Rubalcaba sería simple y llanamente marcharse. Pero, cuidado, que no son menos graves las acusaciones que pueden hacerse a los dirigentes del PP.
La dignidad del 15-M requiere, pues, no dejarse embaucar por los politicastros de siempre, sean del ala que sean del monopartido imperante. Tampoco, por los periodistas sistémicos que trabajan en simbiosis con aquéllos, especialmente los “progresistas”, empeñados en reducir el movimiento indignado a un mero lavado de cara del Sistema.
La dignidad requiere también denunciar, sin complejos, las guerras de agresión, en dos de las cuales (contra los pueblos afgano y libio) participa España, sin olvidar las ventas de armas de nuestro gobierno al estado de “Israel”. ¿De qué revolución hablamos si no comprendemos que la guerra imperialista es una cara más, y no la menos siniestra, del programa de dominación económico-financiero-comercial –también política– por parte de la Élite global? ¿Vamos a protestar contra el desempleo y el desahucio de residentes en España mientras callamos ante las masacres de la OTAN y su aliado sionista en otros lugares? “Revolución española”, llaman algunos al 15-M, pero, ¿se puede olvidar la responsabilidad de nuestro país, más o menos directa según los casos, en esos actos genocidas? No, desde luego, si queremos ser plenamente coherentes con aquello por lo que luchamos: la dignidad humana.
Porque, recordémoslo, mal podremos cambiar el mundo, nuestro país o lo que sea si primero no cambiamos nosotros mismos en el sentido idóneo. Cre ciendo como personas.
Pero la dignidad no lo es todo, al menos no de manera evidente. Por ello, en la segunda y última parte de esta reflexión hablaremos, Dios mediante, de otros elementos que completan la tríada ética del 15-M y que no son menos necesarios: la fraternidad y la ejemplaridad.
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