El Pentágono cita a Michael Moore para reunirse con la Junta del Estado Mayor con la presencia de todos los cuerpos: ejército, fuerza aérea, la armada y los marines.
«No hemos ganado una guerra desde la grande», la II, le dijeron.
Se arrepienten de gastar billones de dólares y que ni siquiera pudieron alcanzar el petróleo de Irak que prometieron. Se sienten humillados, avergonzados y piden consejos al documentalista.
Moore piensa por unos segundos y responde: «Nuestras tropas necesitan un merecido descanso. En vez de a los marines, envíenme a mí, porque tenemos problemas que ningún ejército puede resolver».
Es entonces cuando Michael decide ocupar Europa para robar las cosas buenas que necesita de ellos y llevárselas a América. Así comienza ¿Qué invadimos ahora?, el documental político estrenado en mayo de este año en el que, tal como hizo en Capitalismo, una historia de amor o en Sicko, el cineasta dispara a ráfagas contra el sueño americano.
Aunque Europa tiene sus problemas, reconoce el también director de Fahrenheit 9/11 y Bowling for Columbine (ganadora de un Oscar), su misión consiste en recoger las flores, no las malas hierbas. Por ello se limita a describir en casi dos horas las buenas ideas de algunas naciones del continente, que según él, podría aplicar el gobierno de Estados Unidos —si quisiera— para resolver sus graves conflictos internos.
Descansos pagados en Italia
«Vengo a ocupar Italia», anuncia Michael Moore. «Soy un ejército de una sola persona y os robaré vuestra mejor idea. En dos años parecerá que la idea fue de Estados Unidos». El matrimonio italiano con el que habla sonríe como quien se deja colonizar, al tiempo que Moore planta la bandera de Estados Unidos en el centro de la sala.
Moore se entrevista con un matrimonio italiano.
Italia está por delante de Estados Unidos en cuanto a productividad, y esto el crítico documentalista no lo puede creer. Su gente trabaja muchas más horas. Sin embargo, algunos dueños de empresas italianas bien posicionadas como la Ducarti aseguran que los resultados son producto de los derechos de los trabajadores: quince días pagados por luna de miel, vacaciones pagadas (ocho semanas al año), almuerzo en casa durante la jornada laboral y cinco semanas por licencia de maternidad.
Moore se lleva todas estas ideas a casa, no sin antes decirle: «Estoy seguro de que vosotros también hacéis más el amor».
Moore conversa con un directivo de empresa sobre condiciones laborales de los trabajadores.
Solo hay dos países pobres que no contemplan la baja de maternidad, apunta el irónico cineasta: «Papúa Nueva Guinea y Estados Unidos. Tampoco hay ninguna ley que obligue a nadie a pagar por las vacaciones de sus empleados».
Educación en Finlandia
Por su parte, Finlandia descifró el código de la buena educación, a pesar de que sus estudiantes tienen la jornada y el año escolar más corto de todo el mundo occidental. «¿Cómo es que sus niños aventajan al resto del mundo, si años atrás las escuelas de esta nación apestaban tanto como las de Estados Unidos?», se pregunta el cineasta.
Para encontrar la respuesta, decidió penetrar a Finlandia y descubrir el alto secreto que escondía el «enemigo». Se entrevistó con Krista Kiuru, ministra de Educación, a quien no hizo falta aplicarle el famoso submarino para que confesara. La experta reveló en medio segundo de conversación el máximo secreto de Estado: no hay distinción en la calidad de la enseñanza entre colegios de distintas zonas y los niños finlandeses no tienen tarea.
Los educadores finlandeses indican que el cerebro debe relajarse cada cierto tiempo para aprender. Por esta razón, consideran el término «tarea» obsoleto y defienden que los niños tienen muchas otras cosas que hacer después de clase: compartir con su familia, jugar con otros de su edad, hacer deportes, leer, escuchar música y apreciar el arte. En fin, deben tener tiempo para ser niños.
De Finlandia, Moore se queda con el derecho de pobres y ricos a recibir la misma educación y la eliminación de los deberes extracurriculares.
Sistema penitenciario de Noruega
En una visita a la cárcel de Bastoy en Noruega, Moore descubre que el principio de la rehabilitación en el que se basa el sistema penitenciario de ese país es una buenísima idea que los norteamericanos también deben sustraer urgentemente.
En Bastoy no se aplica la venganza como castigo. Por esta razón, cuatro guardias son suficientes para mantener el orden de 115 reclusos que, además, cumplen condena en una especie de granja colectiva abierta, donde se les permite correr, jugar baloncesto, montar bicicleta, pescar y nadar.
En Bastoy, a Moore lo recibe un preso que pasea por los alrededores.
El cineasta habla con uno de los reclusos que cocina en la cárcel.
Las celdas (apartamentos pequeños e individuales) están acondicionados con lo necesario. No tienen rejas ni candados, solo una simple puerta, que abre y cierra el propio preso con su llave.
Como si fuera poco, los cocineros (también detenidos) manipulan armas blancas para preparar el menú del día. Los cuchillos, de diferentes tamaños y bien afilados, son estrictamente para cocinar, asegura ante la cámara Trond, un condenado por asesinato, mientras ríe y acaricia un hacha para cortar.
Drogas despenalizadas en Portugal
Tengo un montonazo de Coca en el bolsillo —le dice Moore a dos policías de Portugal—. ¿No me van a detener?
Los agentes del orden sonríen. En Portugal eso no es delito hace más de quince años, aclaran al cineasta.
El Dr. Nino Capaz, del Ministerio de Salud de Portugal, reconocido como el zar de las drogas, revela a Michael que a diario la gente consume otras drogas también peligrosas (aunque legales), como el alcohol, internet, el café, el azúcar, el sexo… y solo cierto y determinado número de personas se vuelve agresivo o violento. Igual sucede con otro tipo de drogas más fuertes y sus efectos, comenta.
Aunque Moore todavía no baja sus cejas del asombro, las cifras indican que con la despenalización de las drogas disminuyó el consumo en los últimos quince años.
Portugal luchó contra el negocio millonario del tráfico de drogas (el verdadero peligro), y no con sus víctimas. Sin embargo, en Estados Unidos, si te atrapan con drogas, no te consideran consumidor-víctima y vas directico a la cárcel, especialmente los negros, a quienes obligan a trabajar por solo 33 centavos la hora, lo que convierte a las prisiones norteamericanas en una de tantas empresas en las que se utilizan esclavos en la actualidad, denuncia Moore.
Túnez: Derecho al aborto y la planificación familiar
Túnez es un país musulmán de África del norte donde existen clínicas para las mujeres, financiadas por el Estado, algo que las norteamericanas no tienen.
En Túnez —manifiesta la doctora Rim Ben Aissa, directora de un Centro de Planificación Familiar— el aborto es legal desde 1973 y cuentan con 24 instituciones de salud, foco principal para la anticoncepción.
El «invasor» se entrevistó con la doctora Rim Ben Aissa, directora de un Centro de Planificación Familiar en Túnez.
En opinión de la especialista, esos servicios contribuyen a que las mujeres sean iguales a los hombres. «Ellas tienen todo el derecho de planificar su vida, recibir una buena educación y obtener un trabajo de acuerdo a sus capacidades».
Lo que debe aprender EE.UU. de Túnez, afirma Moore al cierre de este capítulo, es que cuando las mujeres ganan el control de su propio cuerpo, ganan también el control de sus vidas, algo que tampoco tienen las norteamericanas.
Con fino humor, el documentalista continúa a lo largo del filme «invadiendo» países para conocer de primera mano aquellas condiciones sociales que son mejorables en su país: almuerzos de calidad en Francia en las escuelas públicas; paridad de género en Islandia; universidades gratuitas en Eslovenia, a las cuales asisten hoy muchos jóvenes estadounidenses que no pueden costearse los estudios en su país.
La reacción de los norteamericanos
El público estadounidense se conectó inmediatamente con el documental. Salen llorando del cine y preguntándose: ¿por qué no tenemos nosotros esas prestaciones sociales? No las tenemos, expresó Michael al periódico.com, porque «somos un país avaricioso y racista, que destina sus recursos a las guerras».
El nuevo conquistador imperial agregó, además, a nuevatribuna.com, que con este, su último filme, «ya los americanos saben todo, no necesitan ver otro documental que le diga lo jodido que es esto o lo otro. Lo que necesitamos ahora es mover el c…, hacer algo e inspirarnos en lo que podemos llegar a ser».
Y aunque declaraciones como estas le han costado caras a Moore (amenazas e intentos de asesinato), el inadaptado cineasta aseguró no tirar la toalla. Tiene 60 años, pero seguirá trabajando en primer lugar por eliminar el miedo y la estupidez que domina a su gente y luego, por los cambios urgentes que necesita la potencia más rica y poderosa del mundo, en la que, paradójicamente, 46,7 millones de estadounidenses viven en situación de pobreza, según cifras publicadas este mes por el Fondo Monetario Internacional.
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