Por: Aday del Sol Reyes
«Playa, playa, piscina, piscina», se escucha a todo volumen desde el
súper equipo de mi vecino Tin (el nuevo rico). Las paredes tiemblan y a
los vecinos se les quiere reventar la cabeza, pero a él no parece
importarle porque además de exponer su pésimo gusto musical, lo que en
verdad persigue es que todos en el barrio sepan que cuenta con lo último
en tecnología, por aquello de «dime cuánto consumes y te diré cuánto
vales».
Nadie sabe a ciencia cierta en qué trabaja Tin, pero tiene suficiente
dinero para levantar una casa con todos los hierros en menos de tres
meses. La eficiente brigada de cinco hombres que contrató no solo
trabajó rápido, también realizó un gran «aporte estructural y
arquitectónico». Al límite de los jardines de las casas y edificios de
la cuadra comienza el portal de Tin. Es decir, su casa sobresale del
resto, cogiendo incluso parte de la acera y violando todas las leyes
urbanísticas posibles.
Por su parte, los hijos de Tin cuando llegan de la escuela mastican
cualquier chuchería envuelta en papel brillante, que tiran a la calle o
al portal del vecino. Ah, pero cuidadito con echar una migaja en su
casita de cristal, manchar un mueble o ensuciar una pared, porque la
madre «les aplaude la cara», sin pensarlo dos veces.